sábado, 23 de mayo de 2015

Quiero "bersos"

Quiero que me muerdas, que estires tu mano, que roces cada milímetro de mi piel, quiero calor. Quiero casualidades y encontronazos, quiero que me esquives la mirada y que otras veces me mires fijamente hasta que me incomode. Quiero buenos días y mejores noches, quiero chupitos, igual da si son de tequila, si hay limón, si sólo hay sal, quiero otra vez miradas y besos furtivos, quiero a escondidas, quiero a gritos, quiero que no pueda ser y quiero que sea, quiero que pueda ser y no sea. Quiero sonrisas, pero más aún quiero risas, compartidas, por supuesto. Quiero gestos cómplices, quiero que nadie vea nada, manos entrelazadas bajo la mesa, quiero que quien nos conoce bien lo vea todo, hasta las manos entrelazadas bajo la mesa. Quiero sonrisas entre besos y besos entre risas, ataques de risa, quiero nervios y bromas. Quiero escapar corriendo, quiero que me invites a una nueva aventura, quiero sobrevivir y morir en tus brazos, quiero dormirme y no despertar, o despertarme contigo. Quiero versos que describan cada beso, eso es, quiero bersos, quiero que cada beso sea un poema, que cada poema te empuje a besarme. Quiero ser arte y musa, tuya, quiero ser la inspiración de tus sonrisas, ser aquello que no te deje dormir por las noches, lo que te haga levantarte por las mañanas, quiero arañazos en la espalda, quiero tirones de pelo, quiero noches en vela, sin velas o con ellas. Quiero todo. Quiero contigo todo. Y nada.

Y quiero que la línea entre todo y nada sea más fina que nunca. Igual de frágil que el autocontrol que queda tras esos tequilas sin sal ni limón.




Blanca PeGarri.

martes, 12 de mayo de 2015

Romeo, Julieta y su maldito secreto.

Respirar se me antoja demasiado difícil. Es mucho más sencillo dejarme llevar por el oleaje, dejarme arrastrar por este mar de sueños, dudas y miedos que inundan mi cabeza y ahogarme con ellos. Ya nunca más necesitaré una aspirina, un vaso de agua o un abrazo. Ya nunca más necesitaré nada, estoy dispuesto a ahogarme, a hundirme en mi tristeza y morir en ella, igual que morían las lágrimas de Julieta cuando llegaban a la suave línea de sus mandíbulas, igual que moría Romeo, igual que moría Julieta.

Es mucho más sencillo dejarse morir.



Habían pasado ya casi treinta años desde que escribió esas palabras, casi de despedida, en su diario. Nunca había pensado en quitarse la vida, al menos no literalmente. Le gustaba demasiado vivir como para hacer algo así. Y es que, esas palabras, guardaban más que un simple texto, más que una simple despedida, guardaban más que simples palabras. Guardaban un secreto, el secreto, el suyo. El suyo y el de ella. Porque treinta años atrás se hacían llamar Romeo y Julieta, en el sentido menos romántico que se pueda imaginar y, a su vez, el que más amor guardaba. Era un secreto, una promesa y una venganza. Y treinta años más tarde, con aquel diario ya ajado bajo el brazo, se disponía a cumplir aquel cometido, esa broma del destino que le desencadenaría de ese secreto para siempre. Y esta vez sospechaba que el para siempre, esa despedida, ese dejarse morir, sería de verdad. Eterno. Como ese maldito secreto. Como ella.



Blanca PeGarri.

jueves, 7 de mayo de 2015

Vida nueva

Tenía que cambiar de vida. Un simple cambio de imagen no iba a ser suficiente. Mover los muebles de su casa tampoco. Ni esconder las fotos, ni cambiar de bar favorito, ni de colonia, ni de marca de tabaco. Necesitaba un cambio real. Al fin y al cabo, incluso con esas pequeñas diferencias, seguía siendo ella misma. Igual de fuerte, igual de ingenua, igual de insegura, igual de lista, igual de bipolar. 
No podía dejar que esas cosas, esos pequeños e insignificantes detalles, amargaran su camino. No podía permitir que ni una lágrima más manchara de salado lo dulce de su vida. 
Por mucho que los añorara, por mucho que faltasen día tras día, noche, sobre todo, tras noche.

Y de repente un sobre de correo aéreo, con un remite muy deseado, le abrió las puertas a una nueva vida. A su nueva vida. A su sueño (casi) hecho realidad.
Y esa noche, cerrando los ojos y con un suspiro que dejaba entrever la comisura de sus labios torcerse hacia arriba, dejó atrás por unos instantes toda su angustia para imaginar esa esperada y prometedora nueva vida que estaba por llegar.





Blanca PeGarri.