sábado, 1 de mayo de 2021

Tren

Hoy iba en el tren leyendo mi propio libro. Ya lo estaba leyendo mientras esperaba el trasbordo y al elegir un asiento rodeado de otros vacíos en mi afán por perseguir la soledad, el chico que estaba detrás de mí en el andén se ha sentado enfrente.

Yo he seguido leyendo, intentando reconocerme en esas páginas llenas de versos y palabras que me sonaban viejos, casi ajenos. He sentido cariño por esa Blanca tan niña y de alma vetusta, y cierto orgullo por estar -literalmente- en el siguiente tren. Me absorbían mis propias palabras, aunque me sonasen raras, y la música que golpeaba tal vez con demasiada fuerza mis tímpanos. La música, siempre.


Fuera de mi burbuja, como si de una dimensión lejana se tratara, sonaba una voz. El chico de enfrente me estaba mirando y movía la boca. 

Me he despertado de mi ensimismamiento y me he quitado los auriculares dejando a Santi Balmes y a Enrique Bunbury en un segundo plano sin dejar de sonar. 

Perdona, ¿qué? Sigo igual de empanada que siempre, me digo a mí misma. Que qué estás leyendo, me ha preguntado. Y yo le he dicho que a Blanca Pereda. Él no la ha reconocido pero me ha empezado a preguntar por ella y a hablar de libros. Yo encantada. 

Al rato, me pregunta que por cierto, cómo me llamo. Blanca, le digo. Me mira como pensando que menuda coincidencia, como la de mi libro, y después como pensando que no me jodas, eres tú, y se ríe un poco. Yo sonrío y asiento y confieso que es mi libro pero que me daba vergüenza admitir que me leía a mí misma como si me estuviese dando duchas de ego. Me ha preguntado que por qué, que supone que es un buen ejercicio para ver con perspectiva a la Blanca esa, ¿no? 

No me conoce, pero como si lo hiciera. 


De repente siento unas ganas terribles de que el viaje dure 3 horas más, pero sólo faltan 3 paradas. Me pregunto si ahora nos tomaremos un café y surgirá una amistad y luego el amor, como en las comedias románticas que nos venden estas historias redondas. Pero yo soy la cuadratura del círculo.

Le doy las gracias, a ver si volvemos a coincidir. Te buscaré, ahora ya me sé tu nombre. Me doy cuenta de que yo nunca le pregunté el suyo, pero me callo, sonrío y bajo del tren. Me ha gustado sentirme como en una peli por un rato. No creo en ellas, pero sí en la vida, mucho. Y en todo lo que me hace sentir, que me gusta hacerlo a lo bestia. Me siento feliz y agradecida por lo que me está pasando al haber dado el salto y dejar que la vida me pase (no que me pese, ya no). La vida; es una incógnita que me encanta.

Y, pese a ello y con mi intuición de bruja que pocas veces me falla, tengo la certeza de que esto sólo acaba de empezar.


Alzo la mirada de las páginas del libro que llevo conmigo, que no es el mío, y sigo en el vagón, sentada en el asiento que he escogido rodeado de otros vacíos en mi afán por perseguir la soledad. El chico que estaba detrás de mí en el andén se ha sentado dos asientos más allá. Me he montado una película en 10 segundos mientras leía y sonaba El Sur. Por eso siempre he querido ser escritora, porque de una canción, de un verso, de una cara o de un asiento vacío creo historias, poemas y realidades temporales.


Me vuelvo a sentir feliz y plena, esta vez en la realidad palpable y no en la que he creado, encima el sol entra por la ventana y me calienta la mejilla y el brazo derecho. Me abrazo fuerte a este momento y tomo una foto emocional, que está llenita de flores.


Blanca PeGarri