martes, 2 de abril de 2024

Síndrome posvacacional

Hoy he vuelto a trabajar después de 10 maravillosos días de vacaciones. Y no digo maravillosos porque me haya ido de viaje por el Sur de Italia o me haya escapado al medio de la nada cual ermitaña sin conexión a internet para poder reconectar con la naturaleza y con mi cuerpo comiendo kéfir, bebiendo té matcha y haciendo yoga, o haya hecho nada excepcional, si entendemos como excepcional cualquier cosa que no sea no poner el despertador, comer fuera de casa más veces de lo habitual o beber cerveza independientemente de si es un martes o un viernes.

Y hoy tengo síndrome posvacacional o, lo que es lo mismo, un recordatorio macabro de que, en realidad, no quiero ir a trabajar -no es que no me guste, es que me gustaría más no tener que hacerlo- y que lo que quiero es poder dejar de escuchar el sonido horrible del despertador (horrible aunque sean trinos de pajaritos porque resulta que cuando miro por la ventana no hay un árbol con gorriones sino un patio de luces con ropa tendida), comer cocina fusión que no entiendo en restaurantes modernos y cenar unas tapitas en la barra de un bar de toda la vida, beberme unos tercios, da igual si en martes o en viernes.

Y por pedir, irme de viaje sin tener que pedir permiso, que agosto está muy manoseado y hay mucha gente y me gusta ver mundo sin que nadie me moleste, y sin tener que pedir perdón a señores que me dan igual por haberme tomado 15 días de descanso de sus mensajes infinitos que me importan una mierda, pero que hago como que sí porque me han educado bien. Perderme en el campo para reconectar con la naturaleza comiendo en el bar del pueblo o un bocata de jamón con tomate y dando caminatas para recordarme con el quemazón en los muslos lo flojas que se me han quedado las piernas y la mierda de circulación que me estoy ganando por trabajar sentada en un escritorio y luego no tener ganas ni de salir a caminar por mi barrio. Eso también me lo recuerdan mis zapatillas de senderismo aburridas de estar en el armario y el espejo cuando me veo la celulitis en el culo, pero me echo una cremita de 40 euros y me autoconvenzo de que el dinero me devolverá la firmeza que me han quitado los treinta y el sedentarismo.

Lo del gimnasio lo llevo a rachas. Me apunto, voy, lo odio, dejo de ir. Sólo disfruto de verdad el pilates, pero empezar es otra historia y siempre hay una excusa (el calor sofocante, el frío que te atrapa en casa, el cansancio, un capítulo más de ese libro de autoayuda que llevas leyéndote 6 meses... no querer saludar a las señoras que van a tu clase y que te hablan de pollo escabechado mientras la profesora te dice que mantengas activo tu power house, ni ver a las tías que están más tonificadas que un póster de Women's Health y que te hacen plantearte qué leches pintas tú ahí y que ya llegas tarde a estar como ellas en verano, por lo que un año más pensarás "el año que viene sí"). Así que bueno, supongo que me merezco la celulitis o no ser capaz de reponer una botella de Aquaservice yo sola.

En fin, que lo que me gusta es vivir y aprovechar mi existencia en cosas que me llenan, como el campo, el mar, escribir, leer mucho, ir a conciertos, probar comida, sentarme en terracitas y viajar. Yo sería feliz teniendo pasta, para qué nos vamos a engañar, pero soy un ser humano adaptable y sé que para eso tengo que aportar mi granito de arena para que otros ganen más y, entonces, ya me merezco esos 5 días en un Airbnb de Londres para comer fish and chips bien a gusto y poder volver a la oficina siendo la envidia de mis compañeros que han comido de su táper recalentado.

Una vez casi me atropellan yendo a trabajar y pensé que sería una putada, pero que estaría una semana al menos sin dar un palo al agua y no tendría que pedir perdón porque no estaba disfrutando en la playa, sino sufriendo de dolor de espalda y de un esguince en el tobillo en la cama. Sería una putada, pero no tanto. Cuando me lo imaginé, pensé en qué dirían mis compañeros al no verme aparecer. A quién llamarían desde la ambulancia para decir que ese día no iría a trabajar porque un coche se había saltado un paso de peatones. Todo esto mientras subía las escaleras del edificio donde está mi oficina con mi mochila a la espalda y mi fiambrera bajo el brazo lista para ser recalentada en el microondas junto a la de mis compañeros unas horas más tarde. Cada vez que paso por ese paso de peatones me acuerdo y me acecha esta idea.


Sigo sin ser rica. Ni siquiera acomodada. Se me ha llegado a pasar por la cabeza subir vídeos de mis pies en Only Fans, dicen que funciona, pero me da una mezcla entre asco y pereza. Qué hastío. Ningún trabajo paga la salud mental que el cerebro pide a gritos y se traduce en ansiedad, migrañas y dolor de espalda. Si la vida se encarece al doble, pero te suben el sueldo 60€ al mes puedes dar las gracias, los invertirás en el psicólogo, o en el fisio, depende de qué tengas más jodido ese mes, si la cabeza o las cervicales. Otra idea es ganar la lotería o dar un braguetazo, pero ni compro cupones ni me apetece tener que depender de otra persona, de verdad que qué pereza.

Y no es que no quiera hacer nada con mi vida. Me gusta mantenerme ocupada. Pero con lo que me llena, ayudarme a mí, ayudar a los demás, elegido por mí. Mi trabajo, mis proyectos a mi tiempo, slow life, dejar huella. Cuántas veces he utilizado el posesivo en primera persona, pero es que igual el cansancio te hace egoísta, no lo sé. Tal vez la respuesta sea mudarme al campo con unas gallinas y un huerto y aprender a leer las horas según la posición del sol, pero por un lado quiero dejar un legado (se repite en mi cabeza eso de "dejar huella"), que lo que haga sea algo bueno y perdure. Y también me gusta demasiado el skin care, los caprichitos en ropa y salir a cenar. Y eso vale dinero. Soy una esclava del sistema y lo hago bien; como he dicho, soy un ser humano adaptable. Mi alma reivindicativa no paga los billetes de avión a Bali.


jueves, 21 de marzo de 2024

Tengo un poema en el ojo

Hoy es el día mundial de la poesía. Una escribe siempre, hasta cuando no tiene dónde hacerlo, porque siempre hay algo sobre lo que escribir. Hoy más.

¿Un poeta siente porque escribe o escribe porque siente? Un poeta mira la lluvia cuando no hay nubes y encuentra la luz porque siempre sale del pecho en tinta y a borbotones. Es la emoción la que vertebra al poeta y las vértebras de sus letras las que se resquebrajan cuando se ponen intensas. El poeta sale y vive hacia dentro, el poeta se encierra y lo arroja todo hacia fuera. 

El poeta no da explicaciones: el poeta vomita palabras con las yemas de los dedos, que rebuscan y arrancan hasta las que se han quedado más enredadas entre las raíces del pecho. Y le sobran los motivos.

¿Qué es ser poeta sino ver la vida con la necesidad imperiosa de (d)escribir su dureza y su belleza? ¿Acaso no es un poeta un esclavo de la libertad de sus emociones? Me despierto con la convicción de cómo voy a empezar el día y con la certeza de no saber cómo terminará. Es la maldición y la suerte de este terrorismo emocional, de una niña que se permite pensar y le da un motivo al sentir. Ya me he pasado a la primera persona, ¿ves? Una no puede escribir desde fuera. Siempre sale de dentro.

A veces son poemas tristes. Muchos últimamente. Y los saco y la tristeza no es menos tristeza, pero se me antoja más liviana. Otras, últimamente menos, me sale la fuerza de las entrañas y ay, cómo palpita entonces. Se me estremecen la nuca y la punta de los dedos y un latigazo de electricidad me recorre la médula.

Anoche podría haber escrito otra vez sobre ti. O esta mañana. Pero las horas no pasan en balde y ahora quiero pegar zancadas de gigante y gritar. Me acuerdo de la ferocidad que antes me aplastaba. Ahora corro entre lobos.


Podría decir que duele

todavía

en las manos, en las puntas de los dedos, en el pecho, en el estómago.

Pero no tanto

ya

en mis palmas, en mis yemas, en mi corazón, en mi vientre.

Ya no tanto -como antes.

-nunca nada es como antes.


Pero la tarde ha caído y desde las siete de la mañana puedo sentir muchas cosas, todo ha cambiado. Nunca exploto de tanto amasijo porque las escribo en mis notas mentales de vuelta a casa:


Camino por la acera

con esos andares míos de conquistar las calles

pisando elegantemente fuerte

con un grito en los ojos que desgarra

porque me sé siete veces inmortal

y me escapo con los otros gatos 

ante la mirada recelosa de los ateos de alma.


Cuántas veces se habrán tragado los incrédulos eso de que la muerte era definitiva.

Cuántas palabras tragadas al ver mi cuerpo gatuno erguirse en fortaleza.

Cuántos tragos amargos serán capaces de soportar

antes de admitir que la victoria ya estaba ganada desde el principio 

-desde dentro.


Esta noche no sé si al poeta le tocará sentir la primavera del corazón revolucionario o mirar las gotas caer por el cristal escuchando la canción que ya nunca escucha porque le recuerda a tiempos más felices. Se le meterá un poema en el ojo, eso seguro.



Blanca PeGarri

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Escribir sobre cosas

Hace un mes, o dos (más o menos), escribí sobre algo. Sobre algo de alguien. 

Fue como una revelación; igual que dije que no sé cerrar etapas sin escribir un libro (abusé un poquito de amor propio cuando sentencié esto), sé que algo es importante para mí cuando escribo sobre ello. También me pasa con las personas.

Escribir sobre alguien no es como escribir sobre la infancia, tus cosas favoritas o de qué planes tienes para tu próximo viaje (aunque a veces engloba todas estas cosas). Escribir sobre alguien es como revelar a corazón abierto tus intenciones más íntimas. El amor o el odio, la pasión, la rabia, se quedan al desnudo ante un lienzo en blanco manchado de letras negras; el espejo del alma de quien escribe que lo convierte irremediablemente en un ser vulnerable.

A veces son hechos grandiosos: una declaración de amor, un primer beso. Otras, cosas tan simples como un roce o un nombre bien pronunciado. Éste fue mi caso.

Siempre me ha gustado mi nombre,

pero cuando sale de tu boca,

cuando tú me llamas...

cómo me gusta,

más, mucho más que antes.

Qué bien funciona en tu boca.


De repente mi nombre sonaba a verano aunque fuese otoño. También a las cosas que más me gustan del otoño, como a calabaza asada, a chocolate caliente o a las tardes lluviosas bajo la manta. A cosas cálidas.

De repente, mi nombre era un volcán.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Las cenas de antes

Hoy he preparado para cenar setas con longanizas, como las hace mi madre y como las hacía mi abuela. Llevan bien de aceitito y perejil, para poder mojar bien el pan.

Estoy en mi escritorio escuchando la sartén hacer chup-chup en la cocina y oliendo el recuerdo (otra cosa no, pero mi extractor absorbe hasta los peores días) de una cena con fundamento -y no mi usual y poco laborioso tomate cortado y lata de sardinas. Pienso en qué escribir y me doy cuenta de que últimamente vuelvo mucho a mi abuela. A cómo preparaba todas sus cenas con cuidado y, sobre todo, cómo en todas podías mojar pan. Bebía un poco de tinto y luego comía palmeritas, porque "a mí esto no me tiene que faltar". A cómo bendecía la mesa siempre y cómo observaba si la seguías, pero siempre cauta y siempre, siempre, con el amor de una de sus palmeritas al terminar.

Lo que hace un plato de setas con longanizas.

Últimamente pienso mucho en mis raíces. Será porque antes no las sentía y sólo quería volar (no me hizo falta llegar a la adolescencia para ello, siempre fui una niña curiosa -por la curiosidad gata, que siempre me mantuvo viva, y por la extraña singularidad que arrastraba irradiaba.

He tachado el verbo arrastrar, aunque es la primera palabra que me ha salido,

porque es algo que de niña pensé que pesaba,

pero ahora es algo que ojalá permanezca siempre.

Ahora el vuelo es alto, pero siempre vigilante. Libertad y mi nombre son dos cosas que siempre han ido unidas, pero para que el árbol sea frondoso necesita unas raíces fuertes y sanas. Y no está reñido; las vistas son espectaculares, el vuelo de las hojas, infinito. El hogar, eterno.


Enserio, lo que hace un plato de setas con longanizas. Mi abuela está sonriendo seguro.


martes, 7 de noviembre de 2023

Sobre los 30

Ha pasado un año y un día desde que cumplí 30. La cosa prometía; me encontré con un año lleno de vacío y vacío de nada. Cómo me gustan las montañas rusas, aunque jure cada vez que no subiré a una porque me dan vértigo.

Hago balance, como si estuviera frente al reloj en la Puerta del Sol, de lo bueno y lo malo. Cuánta angustia y cuánta euforia. Cuánto cambio ha habido. Aprendizaje. Parece que entrar en la treintena te acerque más a tu infancia que a tu madurez; me compré un libro de plantas sólo porque sabía que mi abuelo lo hubiese tenido y he puesto una foto de cuando mis abuelos eran novios en un marco bonito en mi salón y les saludo todos los días. Cómo me gusta amarrarme a mis raíces ahora. Luego no dejo de comprar plantas, porque siempre las acabo matando, pero no pierdo la esperanza de que seré capaz de mantener algo con vida (me sigue entusiasmando la ironía de la metáfora).

Y aunque los treinta me ponen delante a la niña y la tierra, las veo con ojos más sabios (mi yo de cincuenta se reirá cuando lea esto), por eso las veo y las siento cerca. Los treinta, no sé si por casualidades o por simbolismo, es un año de comienzos emocionales. También de finales, pero éstos siempre implican principios.

Qué año de locura. La cura ha sido aterrizar con los dos pies en el suelo teniendo la cabeza en un limbo de posibilidades a las que no sé llegar, que ya es mucho. Lo esperado hubiera sido salir con el corazón lleno de rasguños y arrastrando el plomo en los pies. Pero llego liviana, el corazón, con razón, algo tocado, pero entero. Y han pasado los 30 y aquí sigo, como la niña que no sabe a dónde tirar, si a dobles o a nadas, y como la mujer con el corazón en llamas y el grito de paz pintado en la frente.




domingo, 11 de julio de 2021

Meditación frente al mar una mañana de domingo de julio

Estoy sentada frente al mar. Es temprano.
Atrapo el aire en respiraciones lentas, húmedo y pesado, y cae denso en mi pecho, que guarda porciones de salitre para abastecer mis propios mares.

La brisa azota mi cara y algunos mechones sueltos bailan rebeldes y libres. Mi cara está fresca, el viento va despertando sus poros. Siento las mejillas (y soy consciente de que no solemos sentir las mejillas). El viento, la brisa, el mar de lejos, las acarician y se sienten vibrantes mientras las sirenas susurran sus cantos extranjeros en mis oídos. 

Huele a pan tostado y guardo su esencia a la altura de mi paladar. Lo imagino con aceite y tomate. De lejos, algún niño madrugando en domingo. Los pájaros silbando los buenos días.
Alguna gaviota vuela y su parla acompaña las olas en su vaivén hipnótico. El sol que no se atreve a salir de detrás de las nubes sí que se cuela curioso entre ellas para calentar el agua y su reflejo se me antoja cristales entre el oleaje y la espuma.

Vuelvo al aire. A la brisa. Me traen el mar y me envuelven en él, se pega en mi piel y tatúa mis brazos.
Frente a mí, la playa.
Al fondo, la inmensidad.


sábado, 1 de mayo de 2021

Tren

Hoy iba en el tren leyendo mi propio libro. Ya lo estaba leyendo mientras esperaba el trasbordo y al elegir un asiento rodeado de otros vacíos en mi afán por perseguir la soledad, el chico que estaba detrás de mí en el andén se ha sentado enfrente.

Yo he seguido leyendo, intentando reconocerme en esas páginas llenas de versos y palabras que me sonaban viejos, casi ajenos. He sentido cariño por esa Blanca tan niña y de alma vetusta, y cierto orgullo por estar -literalmente- en el siguiente tren. Me absorbían mis propias palabras, aunque me sonasen raras, y la música que golpeaba tal vez con demasiada fuerza mis tímpanos. La música, siempre.


Fuera de mi burbuja, como si de una dimensión lejana se tratara, sonaba una voz. El chico de enfrente me estaba mirando y movía la boca. 

Me he despertado de mi ensimismamiento y me he quitado los auriculares dejando a Santi Balmes y a Enrique Bunbury en un segundo plano sin dejar de sonar. 

Perdona, ¿qué? Sigo igual de empanada que siempre, me digo a mí misma. Que qué estás leyendo, me ha preguntado. Y yo le he dicho que a Blanca Pereda. Él no la ha reconocido pero me ha empezado a preguntar por ella y a hablar de libros. Yo encantada. 

Al rato, me pregunta que por cierto, cómo me llamo. Blanca, le digo. Me mira como pensando que menuda coincidencia, como la de mi libro, y después como pensando que no me jodas, eres tú, y se ríe un poco. Yo sonrío y asiento y confieso que es mi libro pero que me daba vergüenza admitir que me leía a mí misma como si me estuviese dando duchas de ego. Me ha preguntado que por qué, que supone que es un buen ejercicio para ver con perspectiva a la Blanca esa, ¿no? 

No me conoce, pero como si lo hiciera. 


De repente siento unas ganas terribles de que el viaje dure 3 horas más, pero sólo faltan 3 paradas. Me pregunto si ahora nos tomaremos un café y surgirá una amistad y luego el amor, como en las comedias románticas que nos venden estas historias redondas. Pero yo soy la cuadratura del círculo.

Le doy las gracias, a ver si volvemos a coincidir. Te buscaré, ahora ya me sé tu nombre. Me doy cuenta de que yo nunca le pregunté el suyo, pero me callo, sonrío y bajo del tren. Me ha gustado sentirme como en una peli por un rato. No creo en ellas, pero sí en la vida, mucho. Y en todo lo que me hace sentir, que me gusta hacerlo a lo bestia. Me siento feliz y agradecida por lo que me está pasando al haber dado el salto y dejar que la vida me pase (no que me pese, ya no). La vida; es una incógnita que me encanta.

Y, pese a ello y con mi intuición de bruja que pocas veces me falla, tengo la certeza de que esto sólo acaba de empezar.


Alzo la mirada de las páginas del libro que llevo conmigo, que no es el mío, y sigo en el vagón, sentada en el asiento que he escogido rodeado de otros vacíos en mi afán por perseguir la soledad. El chico que estaba detrás de mí en el andén se ha sentado dos asientos más allá. Me he montado una película en 10 segundos mientras leía y sonaba El Sur. Por eso siempre he querido ser escritora, porque de una canción, de un verso, de una cara o de un asiento vacío creo historias, poemas y realidades temporales.


Me vuelvo a sentir feliz y plena, esta vez en la realidad palpable y no en la que he creado, encima el sol entra por la ventana y me calienta la mejilla y el brazo derecho. Me abrazo fuerte a este momento y tomo una foto emocional, que está llenita de flores.


Blanca PeGarri

domingo, 25 de abril de 2021

LATIDOS

Latidos que rompen el pecho, que desgarran cada milímetro de piel, cada milímetro de sueños y vida.

Latidos que quieren huir del cuerpo, que quieren escapar y sentir la calma del aire, dejarse llevar.

Latidos que no dejan dormir, que no dejan respirar, que no dejan vivir. 

Latidos que hacen recordar que un corazón llora y que necesita caricias, besos, abrazos. 

Latidos que gritan silencios.

Latidos que rompen el alma. 

Latidos que rompen. 

Latidos, sin más. 

Latidos.



-perteneciente a mi libro Gravitacional. 

Todos los derechos reservados.

lunes, 18 de enero de 2021

En realidad estoy en paz y me permito tener días así. Y eso está de puta madre

Me siento por detrás de todos

en todos los sentidos.

Me siento encerrada y anclada

a una jaula sin barrotes con grilletes invisibles.

Quiero despegar

pero mis pies están llenos de pegamento,

quisiera llegar

pero camino y no avanzo.

Estoy exhausta,

no paro

y sigo en el mismo lugar

con la misma calderilla en los bolsillos

(incapaz de pagar un estudio de 30 metros cuadrados al que llaman piso con encanto

con la taza del váter junto a la cama de cuerpo y medio

y la cocina de cabecera),

con la misma soledad en el alma y en mis brazos.

Estoy cansada

de no parar

y seguir en el mismo jodido sitio,

de ansiedad, de lágrimas, de frustración, 

de sonreír cuando me dicen "ya te llegará"

con una palmadita en el hombro

sabiendo que no les importa porque no conocen el sentimiento de sentirse un fraude, un fracaso,

no me conocen,

y no llega

y mientras tanto los veo felices

con sus vidas plenas

con esa estabilidad que yo jamás había buscado.

Pero mira, he desarrollado una pasión especial por no morir de hambre

y por que alguien me haga un masaje en los pies de vez en cuando.


Blanca PeGarri

domingo, 10 de enero de 2021

Veintimuchos en 2021

El vacío. La frustración. La incomprensión. La duda que no deja de preguntar. La inseguridad. El resentimiento. Las ganas paralizadas. Las ideas marchitas. Las ideas marchitándose. La esperanza hecha humo. El llanto. La ansiedad. La desesperación. El encierro. El miedo. La angustia. La pasión dormida. El cansancio. La desmotivación. La rabia. El desánimo. La rendición llamando a la puerta. La resignación. La negación. La emigración. La búsqueda. La devastación. El desaliento. Las ilusiones apagadas. La soledad. Los sentimientos encontrados. Los gritos ahogados. Los bailes perdidos. El futuro. La oscuridad. Lo que pudo ser. La existencia. El hundimiento. El frío.

Los suspiros. 

La nada.


Blanca PeGarri

sábado, 2 de enero de 2021

Los abrazos robados

Nos los han quitado. Nos han robado los abrazos. 

Nos los arrebataron sin casi darnos cuenta

y nos damos cuenta de que estaban 

ahora que no nos dejan tenerlos.

Nos han vaciado los brazos

pero hemos llenado nuestros pechos

de ganas de amor,

de hermandad,

de esperanza,

de ganas de todo.

Ahora nos miramos más a los ojos

(¿alguna vez has abrazado a alguien con los ojos?)

y decimos tanto

y amamos tanto

y compartimos tanto con dos miradas que se cruzan.

Duele un poco.


Por la noche me gusta taparme con la manta hasta la barbilla

y cerrar los párpados muy fuerte 

para recrear todos los abrazos que he guardado en ellos.

A veces la garganta se queja

y se desanuda dejando al lagrimal hacer su poesía.

Y echamos de menos a los que ya no están,

a los que están, pero lejos,

a los que están cerca y no podemos apretar entre nuestros brazos.


Reprimo mis impulsos y me autoconvenzo de que ese es el mayor acto de amor

y me debo a la intensidad de mis miradas

a las que confío todas mis emociones para que las sepan repartir bien.

Hablo desde mi ventana

y cuento a quien quiera escucharme

que la vida

es maravillosa

hasta cuando parece un capítulo de una serie de ciencia ficción,

porque está llena de tanto...

Lanzo mis deseos al aire

y me olvido de viajes, trabajo y demás anhelos de suerte y me aferro a tan solo uno

tan fuerte como quien se agarra a un clavo ardiendo

o como una pulga a un perro vagabundo.

Quiero recuperar los momentos de abrazo

y yo, que creo que los deseos sólo se cumplen cuando hacemos algo por conseguirlos,

me vuelvo a volcar en mis miradas, de momento.


Blanca PeGarri

viernes, 1 de enero de 2021

Año nuevo

El tiempo sólo es tiempo.

Es una invención humana, un concepto abstracto, no es nada, aunque puedes hacer de él todo.

Cambiar de año no cambia las cosas.

Cambiar tú, sí.

El tiempo no es una excusa. No es una excusa para dejar de hacer algo, o para hacerlo (aunque mejor esto). No es una excusa para sentarnos y verlas venir. Sentarnos a esperar que las cosas vengas solas y nosotros las aplaudamos, y si no llegan, nos quejemos. Sentaditos porque "el tiempo todo lo cura". Lo que tú hagas, con paciencia y tesón cura. Lo que tú hagas, da fruto. Lo que tú hagas hace cosas. 

El tiempo no sirve como excusa.

El tiempo

sólo

es

tiempo.


Blanca PeGarri

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Me he vuelto bruma

Te he echado tanto de menos

que me echo de menos a mí.

¿Dónde he estado todo este tiempo

en que he ido detrás de tu recuerdo,

en que me he ido

y no he vuelto

o no he sabido

cómo demonios volver a mí?


He estado tan cegada en tu sombra

que he alumbrado de bruma mi luz,

tan obstinada en la memoria

que ya no veo en el reflejo de mis ojos

más que la cruz

en la que yo te convertí.


Añoro una sonrisa 

sin tu nombre subtitulado debajo

y mis ojeras de una noche entre libros

y no de pasarla hablándoles de ti a mi gato

y a mi almohada húmeda.


Echo de menos 

mi mano escribiendo versos 

de amor propio y de flores que brotan

y en cambio todos empiezan con tu inicial,

y las demás letras se diluyen y se esfuman, 

disléxicas,

hasta que tu nombre se vuelve a recitar

como el del subtítulo bajo mis labios,

ese que se transcribe 

cada vez que asoma una sonrisa,

esa que asoma

cada vez que veo en mis ojos la cruz,

esa que veo

cada vez que me quedo ciega en tu sombra,

esa que ciega el camino de vuelta

a mí misma.


Me pierdo.


Y es que te he echado tanto de menos

que ahora echo de menos todo de mí.


Blanca PeGarri


lunes, 14 de diciembre de 2020

Fotograma

Estoy tan quieta.

Tan quieta.

Tan quieta que parezco un recuerdo inmutable.

Estoy quieta 

y todo lo que no soy yo es una carrera.

Que quiero hacer tantas cosas

que ya no sé por dónde empezar,

si por salir corriendo y gritar

y lanzar mis vísceras al océano

en forma de himno de liberación desafinado, 

o por mirarme las manos 

ensangrentadas

de cada error que he asesinado 

con cuchillos de acero

antes de aprender que ocurrieron 

para algo

y que sin ellos, no existiría

nada.

Estoy tan quieta.

Tan quieta.

Tan quieta que parezco un sólo fotograma de una película,

el que cuando se prende 

lo convierte todo en incendio.


Blanca PeGarri


viernes, 4 de diciembre de 2020

Los cubitos de hielo

Tienes un buenos días pegado en la mejilla.

Yo lo admiro mientras duermes y te lo quiero quitar con un beso,

pero no quiero despertarte.

Le cuento a tu gato que me quedaría horas mirándote dormir y creo que me ha entendido,

espero que te lo cuente cuando me vaya para que entiendas lo especial que eres.

Das una respiración profunda y perezosa, puede que haya pensado muy alto y te haya despertado.

La persiana dibuja rayas de sol en tu pared

y cierras los ojos igual de rápido que los habías abierto porque la luz te recuerda que ya se ha terminado la noche

y tú sólo quieres que sea domingo

y seguir durmiendo.

Te doy los buenos días con ese beso en la mejilla que te había prometido en silencio

y para mí.

Y tú sólo sonríes, giras tu cuerpo hacia el mío

y me abrazas por la cintura para quedarnos así otra eternidad, yo oliendo tu pelo, tú escuchando mi latido.

Y yo sólo quiero que sea domingo

y que la mañana haga con nosotros lo que el calor del sol hace con dos cubitos de hielo.


Blanca PeGarri