jueves, 23 de mayo de 2013

Infinitamente eterno, siempre.

Lo fantástico era poder ver todo aquello. Playa de arena blanca y fina, las olas espumosas besando a la orilla, la luna empezando a menguar y la brisa rozando sus mejillas. A lo lejos, calles llenas de gente y música, inconscientes de lo maravilloso que era aquel momento. Las huellas dibujaban un camino tras ellos mientras el vaivén del agua las intentaba borrar. Estaba tibia. Detrás del dedo gordo del pie, fueron los tobillos y más tarde las rodillas que se alargaron hasta las ingles. Lentamente, el agua fue cubriéndolo todo hasta llegar a la cintura de él y un poco más arriba de la de ella. Se abrazaron. Un abrazo intenso, largo, sentimental y cariñoso. La cara de ella se alzó encontrándose con los ojos de él. Esos ojos. Y sus labios se buscaron mutuamente hasta rozarse primero y derretirse después.

Las olas, juguetonas e impertinentes, los separaban y los juntaban, convirtiendo así el beso en un poderoso caos. Una risilla salió de la boca de ella, quien pudo notar cómo la boca de él se torcía en una mueca también risueña. Separaron sus labios mojados, se miraron con complicidad, como si con una mirada pudieran decírselo todo, y se fundieron en un abrazo infinito.
Y ese momento para ambos es eterno.







Blanca PeGarri

miércoles, 1 de mayo de 2013

Loca subconsciencia

Se despertó confusa y extrañamente aliviada. ¿De verdad había soñado eso? ¿Otra vez? ¿Esos sueños perturbadores y dudosos habían vuelto de nuevo? Por una parte, se sentía feliz por haber despertado ese fantasma que dormitaba en su subconsciente. Pero por otra parte... ¿seguía ahí? ¿Por qué? Verdaderamente no sabía con exactitud qué era lo que había soñado. Había tantas imágenes, tantas palabras, tantas sensaciones...

No sabía siquiera su identidad. Sólo podía recordar el abrazo a través de su espalda, el sentimiento de alivio tan reconfortante que sentía al abrazar ese cuerpo y esa rara felicidad atada a la atracción. La duda recorría su médula. ¿Por qué invadía su tranquilidad? No quería que se marchara, pero la razón le pedía a gritos que le dijera lo contrario:
Le quiero, ¿por qué vienes a molestar?
Esas palabras no paraban de salir de su boca, inconsciente y muerta, que sonaban repetitivas e insistentes en el oído de él.
Y ahí estaba, el abrazo eterno, tierno como un beso a un niño, profundo como el añil que tiñe la noche.

Se levantó de la cama torpemente, un poco mareada y con el pie enganchado en el revoltijo de las sábanas. Cuando consiguió tener los dos pies en el suelo se acercó a la estantería y alcanzó la libreta donde anotaba cada uno de sus pensamientos, ideas y borrones. Escribió: Tú y sólo tú. Tal vez para volver a la realidad, tal vez para afianzar su realidad. Volvió a tumbarse en la cama e intentó conciliar el sueño de nuevo, a sabiendas de que nunca lograría zafarse de ese sentimiento secundario y escondido, que volvía a dormir tranquilo y manso en el fondo de su loco subconsciente.





Blanca PeGarri