martes, 25 de junio de 2013

Miedo

Se levantó de la cama. Se había dormido con la ropa puesta, ni siquiera se había dignado a quitarse los zapatos antes de tirarse en el colchón. La cabeza le daba golpes, recordándole la cogorza que había cogido la noche anterior. Se levantó con dificultad y se acercó tambaleándose hacia la puerta del baño. Se quedó de pie frente al espejo y contempló su aspecto penoso: los vaqueros desabrochados y medio caídos, la camisa abierta y llena de manchas de alcohol y el pelo alborotado. Las ojeras eran las protagonistas en su cara en ese momento. Se lavó la cara y las manos con agua fría y se acercó al retrete. Meó durante lo que le pareció un siglo y al acabar se alejó hacia su cama otra vez, sin tirar de la cadena ni bajar la tapa. Mientras salía del aseo se dio cuenta de que lo había hecho al revés: primero tendría que haber vaciado su vejiga y después lavarse las manos. Daba igual, no pensaba volver a recorrer el metro que le separaba de la pila. Llegó a los pies de la cama, se quitó la ropa sucia hasta quedarse en calzoncillos y se desplomó.

Le echó un vistazo a su habitación desde la posición en la que se encontraba: aparte de la ropa y más mierda por el suelo, la mesita de noche estaba llena de pañuelos arrugados, colillas y cigarrillos esparcidos y una botella de J&B más vacía que llena. No había ningún vaso, lo que indicaba que había bebido a morro, de ahí las manchas de whisky en las sábanas y en su ropa. El suelo también estaba mojado, seguramente se le había derramado al beber cuando ya estaba borracho. La habitación olía a alcohol, a tabaco y a cerrado. Necesitaba ventilación urgentemente o podía morir entre la mugre, pero en ese momento le daba igual morirse del asco; no podía levantarse, todo le daba vueltas y la resaca era superior a cualquier fuerza o voluntad.

- Puta guarra - masculló entre dientes, con voz ronca y sintiendo un sabor asqueroso en su boca.

De no haber sido por ella, él no estaría ahora así. No se habría emborrachado solo en su casa como un fracasado, pero sentía que ya no le quedaba nada. Todo había acabado y quería morirse. La culpaba por no haber luchado por él y a su vez se culpaba a si mismo por no haber luchado lo suficiente por ella. Alargó el brazo y alcanzó un cigarro de la mesita de noche, sucia y pegajosa. Tardó en darse cuenta de que necesitaba un mechero y cuando por fin lo encontró tardó otro rato en poder encender el pitillo. Le dio una larga calada, soltando después el humo lentamente formando una nube alrededor de su cabeza. Ella era perfecta. La quería, estaba loco por ella, aunque nunca supo admitirlo, pues para él resultaba mucho más varonil ser un hombre mujeriego que amar a alguien. Al amor nunca le dio importancia. Nunca hasta ese momento, que ahogaba su agonía en la bebida y que era demasiado tarde.

Y segundos antes de dormirse tuvo un momento de lucidez. Y pensó que tal vez no era demasiado tarde, que, al menos, podía decirle lo que sentía. Aunque sabía que ella ya no le haría caso...

- Puta guarra - y cerró los ojos para despertar 5 horas más tarde, entre la misma mierda y con la cabeza llena de dudas, posiblemente queriéndola más que antes.





















Blanca PeGarri