miércoles, 8 de febrero de 2017

Fuera de lugar

Toda mi vida, posiblemente desde el día que nací, he sido una persona diferente. En el parto, el médico salvó mi vida. Digamos que nací morada. "Parecías una lombarda" son las palabras de mi padre. También fue él quien le dijo al médico que esa niña iba a dar guerra y haría cosas importantes. Mi madre, afortunadamente, no se enteró de nada. El médico dijo que había tenido mucha suerte. El caso es que la vida me brindó una segunda oportunidad y de ahí salió mi yo más profundo. Es cierto que la vida, las personas que te rodean y las situaciones a las que uno se tiene que enfrentar nos moldean hasta que somos viejos, pero lo que está ahí dentro, en lo más profundo de nuestro ser, eso viene de serie.
Mi infancia fue feliz, pero muy diferente. En cierto modo era una niña corriente, tímida, pero con amigos, alegre, me gustaba jugar en el parque y ensuciarme de barro y quería una mascota, un gatito o un perrito, que acabó convirtiéndose en un canario anaranjado llamado Pepe. Cuento esto porque Pepe, a los ojos de todos, era un pájaro feo. "Qué feo es el pobre", oía que decían los adultos. A mí me parecía el canario más bonito del mundo. El simple hecho de que una de las plumas de su ala derecha estuviese un poco mirando hacia Cuenca, de que fuera distinto a los otros canarios hacía que Pepe fuese "feo". Tal vez por eso me sentía tan unida a él. Recuerdo, cuando ya era viejo y apenas podía moverse, pasar horas y horas junto a su jaula silbando para que me respondiese. Yo le comprendía: era distinto, y encima estaba encerrado en una jaula. Menuda vida. Le comprendía porque yo también era diferente, "peculiar" me decían con la boca pequeña y una risita tímida, como si fuese algo malo, algo de lo que no-avergonzarse-pero-no-lo-digas-muy-alto. A mí nunca me ha parecido que ser raro sea malo. ¡Dilo! ¡Eres rara! No me vengas con palabras para suavizar... Menuda tontería.



Tal vez fue a causa de las compañías que tuve desde bien pequeña, tal vez fue que desde casa se me enseñó que el hecho de ser diferente era bueno, tal vez fue a causa de Pepe, pero el caso es que todo lo que me rodeaba me hizo recapacitar sin ser consciente de ello primero, y siendo consciente ahora que soy adulta.
Siempre fui feliz, muy feliz, siempre tuve amigos, siempre tuve mil y una aficiones. Pero también, siempre me sentí fuera de lugar. Incluso estando a gusto y contenta, no estaba cien por cien en mi salsa. Siempre sabía que había quien pensaba que era rara. No sólo la gente de mi edad, sino también los adultos. Soy consciente de que más de una vez alguno llegó a preocuparse ("¿y si no es feliz?" "¿y si lo pasa mal en la vida?"). La verdad, nunca me importó (excepto alguna vez en la adolescencia, no es una etapa fácil). De niña, no seguía modas. Nunca tuve Tamagotchi ni Barbies, porque no me gustaba y punto. Todas querían el Babyborn y yo era feliz con mi Nenuco. Nunca llevé esas horribles botas peludas y más tarde esas blancas arrugadas, porque no me gustaban y punto. Nunca fumé a la edad en la que se supone que "mola", porque no me gustaba y punto. Siempre evité a los "guays", porque no me gustaban. Nunca dejé aficiones que otros calificaban de aburridas, porque a mí sí me gustaban. Lo dicho, siempre tuve una personalidad muy marcada, porque sí, porque nací de esta manera. Y en el fondo, mi mente debía de saber que eso en un futuro sería bueno, muy bueno. 

Y hoy, a mis veintitantos, sigo sintiéndome de la misma manera. Feliz, siguiendo mis instintos (aunque con algo más de cabeza), y descubriendo que, en efecto, haber sido diferente toda mi vida y no haberme sentido en mi lugar nunca, ni siquiera ahora, me ha hecho una persona fuerte. No es fácil para una niña, para una adolescente, para una joven que empieza la universidad, ni para una casi-adulta que lo abandona todo para perseguir un sueño que le conducirá a muchos otros, sentirse fuera de lugar. Pero es lo mejor que me podría haber regalado la vida. Porque sé que hay cosas en mí únicas que empezaron a desarrollarse en mis más tiernos días y que hoy aún están floreciendo. Y esas cosas únicas, son las que te hacen especial. Y, si sabes mirarlo, eso se convierte mágicamente en felicidad.

Yo no quise ser como Pepe. No quise nacer y morir en una jaula, aguatando miradas que se apiadasen de mis rarezas, o que incluso provocasen alguna risa. La vida me brindó la oportunidad de ser, ver y sentir de forma diferente y eso me ha llevado a lugares, personas y experiencias maravillosos y a sentirlos de manera diferente al resto. Y a conocerme mejor a mí misma y a apreciar lo que soy. Y sé que durante el resto de mi vida seguiré sintiéndome así, diferente, fuera de lugar, imncomprendida. Y pienso aprovecharlo.



Blanca PeGarri