Miedo: ¿qué pasaría ahora? ¿Saldría todo bien? ¿Esto es sólo un bache en la carretera, o un punto negro, un accidente mortal en una curva?
Impotencia: no podía hacer nada. Quería, pero no me sentía con fuerzas. En una ocasión normal me pondría a gritar hasta quedarme sin voz, a pegar puñetazos al aire a diestro y siniestro... pero ahora no me sentía capaz de gritar, ni de pegar, ni de romper... ni de llorar. Y no es que no lo intentara, hacia lo imposible para que las lágrimas me ayudaran a desahogarme, pero lo máximo que conseguí fue derramar una ligera lagrimilla que resbaló solitaria por mi mejilla y se perdió en el hueco de mi mandíbula. Y ya no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para sentir rabia. Me habría gustado poder enfadarme, poder descargar toda mia gonía y quedarme tranquila, pero el cansancio y la dejadez podían conmigo. Demasiada paciencia.
Suspiré.
Guardé silencio y me quedé inmóvil, hasta que mis pulmones pidieron a gritos oxígeno y fui consciente de que había dejado de respirar. Tomé aire lentamente y lo solté al mismo ritmo. Volví a suspirar.
Estaba convencida de que aquello eran solamente unos días malos, que me levantaría al día siguiente con la más amplia sonrisa, habiéndolo olvidado todo, e incluso riéndome de la ridiculez de mis pensamientos de los días pasados. Pero de momento ese día no había llegado y seguí pensando en aquella frase, que en su día ignoré pero hoy me quemaba por dentro. Definitivamente, estaba siendo estúpida al pensar eso. Un poco de realismo, por favor. Aquella frase no era para nada cierta. Todo era un producto de mi mente. Toda mi paranoia la había creado yo solita, mezclando pequeñas cosas y creando una gigante bola de nieve. Por culpa de esas paranoias me estaba hiriendo a mí misma. Porque a veces somos nosotros nuestros propios enemigos.
Cerré los ojos y me repetí esta última frase mil y una veces. Recé para que la realidad de mis palabras me hicieran recapacitar y entrar en razón. Era un alivio poder contar con el sentido común.
Blanca PeGarri