Para
unos, un nuevo día amanece. Para otros, en cambio, el sol se pone
definitivamente en el horizonte, que se encuentra más cerca que nunca. El
crepúsculo va tiñendo poco a poco de naranja el cielo, que se vuelve después de
un intenso añil para dar paso a la negrura. Y ésta es infinita. La noche es
larga, oscura y silenciosa, y el sueño, plácido y eterno. Es extraño al
principio, pero después será cómodo. Feliz. Una felicidad distinta, también
extraña, pero felicidad al fin y al cabo. Eso ella aún no lo sabe. No siente
miedo, siempre ha sido una valiente luchadora, pero sí incertidumbre. Antes de
que pueda darse cuenta, un ápice de luz se extiende a su alrededor y se
pregunta qué pasará ahora. Y de repente, ahí está, nítido como en sus
recuerdos, feliz de poder abrazarla por fin. Es un abrazo sincero, de amor,
amor casi adolescente, que idolatra, que quema, que llena. De amor viejo pero
intacto, puro como el albor que ahora les rodea a ambos. Ha sido el final de un
largo capítulo, pero es el principio de otro mucho más duradero y fácil. Se
miran, igual que se miraron la primera vez, y comprendieron juntos que sus
vidas no podían haber sido más felices. Y ahora estaban uno al lado del
otro al fin, hasta el fin, para celebrarlo en paz, juntos.
Y fue en
este punto, y no más tarde, cuando ella se dio cuenta de que ahora también era
feliz. Una felicidad distinta, también extraña, pero felicidad al fin y al
cabo.
Unos
metros más abajo, con los pies pisando tierra firme, caminaban apesadumbrados y
con los ojos bañados en lágrimas. El cielo parecía burlarse de ellos, con ese
sol redondo y amarillo colgado alegremente del cielo, tan espléndido,
acariciando la piel de sus brazos desnudos, ofreciéndoles un radiante día de
verano. Era ella. Ese
brillo era ella. Había sido ella desde el principio, desde que el primer rayo
de sol bailó sobre sus rostros aquel triste día. Fue justo en el momento en que
ella se había reunido con él, justo en el momento en que juntos agradecían su
vida llena de alegría, justo en el momento en que ella ya era feliz, y lo sería
para siempre.
Y entonces desde la Tierra, arropados por su
calor, se dieron cuenta de esto y sonrieron al sol que ella había hecho
brillar.
Blanca PeGarri