miércoles, 9 de julio de 2014

Era ella feliz

Para unos, un nuevo día amanece. Para otros, en cambio, el sol se pone definitivamente en el horizonte, que se encuentra más cerca que nunca. El crepúsculo va tiñendo poco a poco de naranja el cielo, que se vuelve después de un intenso añil para dar paso a la negrura. Y ésta es infinita. La noche es larga, oscura y silenciosa, y el sueño, plácido y eterno. Es extraño al principio, pero después será cómodo. Feliz. Una felicidad distinta, también extraña, pero felicidad al fin y al cabo. Eso ella aún no lo sabe. No siente miedo, siempre ha sido una valiente luchadora, pero sí incertidumbre. Antes de que pueda darse cuenta, un ápice de luz se extiende a su alrededor y se pregunta qué pasará ahora. Y de repente, ahí está, nítido como en sus recuerdos, feliz de poder abrazarla por fin. Es un abrazo sincero, de amor, amor casi adolescente, que idolatra, que quema, que llena. De amor viejo pero intacto, puro como el albor que ahora les rodea a ambos. Ha sido el final de un largo capítulo, pero es el principio de otro mucho más duradero y fácil. Se miran, igual que se miraron la primera vez, y comprendieron juntos que sus vidas no podían haber sido más felices. Y ahora estaban uno al lado del otro al fin, hasta el fin, para celebrarlo en paz, juntos. 
Y fue en este punto, y no más tarde, cuando ella se dio cuenta de que ahora también era feliz. Una felicidad distinta, también extraña, pero felicidad al fin y al cabo.

Unos metros más abajo, con los pies pisando tierra firme, caminaban apesadumbrados y con los ojos bañados en lágrimas. El cielo parecía burlarse de ellos, con ese sol redondo y amarillo colgado alegremente del cielo, tan espléndido, acariciando la piel de sus brazos desnudos, ofreciéndoles un radiante día de verano. Era ella. Ese brillo era ella. Había sido ella desde el principio, desde que el primer rayo de sol bailó sobre sus rostros aquel triste día. Fue justo en el momento en que ella se había reunido con él, justo en el momento en que juntos agradecían su vida llena de alegría, justo en el momento en que ella ya era feliz, y lo sería para siempre.
Y entonces desde la Tierra, arropados por su calor, se dieron cuenta de esto y sonrieron al sol que ella había hecho brillar.


Blanca PeGarri