miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lieu d'Été

Abrió los ojos y quedó deslumbrada por la luz. El sol acariciaba su piel, que se dejaba lamer por cada rayo de luz y calor que recorría su cuerpo. Volvió a cerrarlos y respiró profunda y lentamente, sintiendo el aire puro en su nariz y más tarde en sus pulmones, olor a pino, a tierra, a agua, a hierba medio seca, olor a verano. Escuchó atentamente: no oía más que las chicharras cantar sin descanso, con ese cri-cri repetitivo y molesto pero que a ella tanto le gustaba. El calor flotaba en el aire, lo sentía bailar en sus oídos y en cada milímetro de su cuerpo, al abrir la boca lo degustaba y sonrió ante la idea de inmortalizar aquel delicioso instante.
Un zumbido la despistó de su repentino e irreal sueño y se incorporó. Un abejorro revoloteaba alrededor de un madroño de hojas verde botella y frutos rojos amarillentos. Se acercó volando y rozó suavemente el agua creando unas ondas perfectas que flotaban provocando un leve e imperceptible susurro y enseguida se alejó dejando ante los ojos de ella las montañas, llenas del verde de los árboles y el azul del cielo. Se ruborizó ante la exquisitez de las vistas y, dando una última bocanada de ese aire caliente, se despidió del verano recordando sus tantos días de infancia feliz jugando justo ahí, donde ella se tumbaba a pensar ahora.

Heridas en las rodillas, piedras, bicicletas, bichos, barro, ramas. Verano.







Blanca PeGarri