miércoles, 5 de agosto de 2015

De un viejo a un viejo amigo

Quererla era mejor que cualquier cosa en el mundo. Mejor que el verano y que todo lo que éste conllevaba: mejor que observar el vuelo de las libélulas, mejor que escuchar los grillos por la noche, mejor que la brisa con olor a salitre, mejor que sentir las olas rompiéndose en los pies, mejor que rozar el agua del lago con la punta de los dedos, mejor que ver el cielo cubierto de estrellas, mejor que el silencio, mejor que el abrazo del sol, mejor que las tormentas repentinas, mejor que el olor a pino, mejor que las hileras perfectas de hormigas, mejor que encontrar conchas enteras, mejor que los helados - de chocolate, mantecado, leche merengada, limón -, mejor que la piel bronceada, mejor que el reflejo del sol, mejor que el aire puro, mejor que dormir largas siestas, mejor que comer sandía,
mejor que sacar la mano por la ventanilla del coche, mejor que leer decenas de novelas, mejor que el tiempo libre, mejor que las nuevas ideas y los nuevos proyectos.
Quererla era mejor que todo eso. Quererla lo era todo. Imposible de explicar. Quererla era, si me lo permite, maravilloso.

E intentar conseguir que ella me quisiera, fue toda una aventura que duró toda la vida. Aún lo sigo haciendo, cada día, ¿sabe? Aunque lleve toda una vida a su lado. Intento enamorarla cada día. Cada uno de mis días. Llámeme romántico, no me importa. Al fin y al cabo, ella me quiere. Y yo a ella. Y ha valido la pena.



Blanca PeGarri.

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