jueves, 22 de mayo de 2014

Le Cirque Ambulant

La carpa ya estaba lista. Sus rayas rojas y blancas terminaban en el centro de la circunferencia, adornado por unos banderines ajados de color azul.
Una musiquilla circense, suave como salida de una caja de música, ambientaba el interior. Allí, entre bastidores, payasos, equilibristas y acróbatas se preparaban, vistiéndose con los viejos ropajes y pintando sus caras. 
Era la hora. Mikhe había aparecido en el centro del redondo escenario y ya presentaba la actuación del día, con tono jovial y una sonrisa que acompañaba en todo momento sus exagerados aspavientos:

¡Damas y caballeros, niños y niñas,
vengan, vengan todos a Le Circ Ambulant!
¡Dejen sus problemas en la puerta,
ya no los necesitarán!

Aplausos y vítores. Algunos despistados, atraídos por el jaleo, acudían para ocupar un asiento. Aún así, el público no era demasiado numeroso. Primero fue el turno de los payasos. Arrancaron decenas de carcajadas y caras sonrientes. Después, los acróbatas, consiguiendo expresiones de asombro y aplausos infinitos. Tras ellos, aparecieron las gimnastas y los equilibristas, todos ellos dibujando sonrisas en las caras de los espectadores. Mientras, el bueno de Mikhe animaba al público a participar, con esos ojos impregnados de locura. Tantos años viajando de un lugar a otro en ese carro, rodeado de gente tan loca como él, le habían pasado factura.
En el interior, y casi a punto de salir a mostrar su número, el ilusionista pensaba sentado, distante. Mikhe, tras presentar la siguiente actuación, entró y se sentó a su lado.

- ¿En qué nos hemos convertido, amigo? - preguntó taciturno el ilusionista. - Somos almas atadas a un carro con cuatro ruedas y unas telas viejas. Estamos atados a este mundo de locos. ¿Crees que vale la pena? ¿Cómo llegamos a esto?

- Sal y mira sus caras. Lo que para nosotros se ha convertido en prisión, es para ellos la libertad. Liberan sus problemas y preocupaciones. Míralos. Se están riendo. Esta gente nunca ríe, no son como nosotros. Se preocupan todo el tiempo por sus trabajos, sus casas, sus trajes y sus coches. Nuestro trabajo es nuestra casa, también lo es nuestro medio de transporte. Y nuestros trajes... ya ves, unos trapos de colores, más viejos que tú y yo. No tenemos de qué preocuparnos. Aquí ya no queda nadie cuerdo, la cordura la perdimos en cuanto decidimos emprender este viaje. Pero, ¡por supuesto que vale la pena! Míralos. Se están riendo. Son felices por una hora. Y es gratis. Nuestra locura regala sonrisas. Ya me oyes cada día: "¡Dejen sus problemas en la puerta, ya no los necesitarán!" Y es cierto. ¿Quién necesita problemas? Si fueran listos, se unirían a nosotros. Tenemos locura de sobra para repartir, sería una alegría poder hacerlo.
Ve preparándote, voy a presentar tu número. Hoy han venido más de veinte personas, deberíamos estar contentos. Fíjate, míralos. Se están riendo.

Y ambos se levantaron preparados, uno para presentar al ilusionista y el otro, para hacer feliz a esa gente cuerda.





Blanca PeGarri

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