domingo, 20 de mayo de 2012

mirando el mar...

Está nadando en el mar y las olas chocan contra su espalda. Ella está tumbada en la arena esperando a que él vuelva para poder sentarse en sus piernas. Ve cómo las olas se mueven y el agua va y viene y, por fin, él va a por ella. Son horas muertas que pasan en la playa y ella se distrae viendo cómo el sol acaricia su espalda y cómo las gotas resbalan por sus pecosos hombros que tanto le gustan.
Y mientras tanto, piensa en cuánto le gusta ver puestas de sol junto a él, intentar divisar el rayo verde y ver que el cielo, ya rojo, empieza a teñir el mar. Entonces es cuando él suele cogerla de la mano y, sólo a veces, cantan juntos esa canción...
Se levantan y empiezan a pasear por la orilla. Ella escribe sus nombres con el pie, uno al lado del otro, él la mira y se abrazan. Si echaran un vistazo atrás verían un camino de huellas, de sus huellas. Ella le mira y sonríe: el sol está pintando sus mejillas color melocotón otra vez y eso a ella le encanta, porque le da un toque de niño travieso.
Han pasado las horas y vuelven a estar sentados en la playa. Es hora de que el sol se ponga, no encuentran nada más romántico que eso. Cuando el sol está a punto de esconderse en el horizonte se esfuerzan por ver, como siempre, el rayo verde. El mar está más precioso que nunca... Él coge su mano, le da un cariñoso apretón y empieza a tararear esa canción...











Blanca PeGarri

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