¿Desde cuándo la lectura se ha convertido en una competición, con los demás o con uno mismo? Desde cuándo, me pregunto, se ha puesto de moda leer para acumular un número de libros y no por placer. En ocasiones, intoxicada por la voracidad de las redes sociales, me he sorprendido a mí misma ansiosa por terminar un libro para empezar otro sin centrarme en cuánto lo estaba disfrutando. O si lo estaba disfrutando siquiera. Y no me reconocía. Entonces echaba el freno de mano, respiraba y me recordaba por qué leo desde que tengo cuatro o cinco años: la paz, la evasión, las conversaciones internas. Y me recordaba que el tiempo que me queda al día (o a veces a la semana) para leer, quiero que sea así, sanador, y no una carrera contra la pantalla de unos cuantos que leen por otras razones, válidas, seguro, pero no para mí. A mí me gusta recrearme en el hedonismo de la lectura. Entiendo las comunidades de lectores como entornos seguros. Agradezco a quienes comparten sus opiniones, sus gusto...
Estoy sentada a la sombra en una silla de la casa del campo. Tengo un libro entre manos y, mientras leo, oigo a las cigarras cantar en una inequívoca señal de que aún hace calor, aunque no es sofocante: el calendario ya se ha comido la mitad de septiembre, pero me sigue apeteciendo enfundarme el bañador de rayas rojas y dejar que el aire del campo me envuelva. Veo algunos olivos y un par de libélulas rojizas sobrevuelan el agua de la piscina, que refleja en formas desiguales las copas de los árboles. Una suave brisilla cálida acaricia mis brazos y mis mejillas y me trae el olor de la tierra y pienso en que si pudiera detener el tiempo, este sería un momento perfecto. Los sonidos, los olores, la sensación de verano eterno. Todo me hace querer presionar el botón de pausa y quedarme a vivir en este momento. ¿Tengo ese poder? Cierro los ojos, aprieto los párpados, la luz que los atraviesa se oscurece. Los abro, deslumbrada, y veo pasar una mariposa blanca y pequeña. Qué pocas mariposas se ...
¿Dónde estamos cuando nos perdemos? ¿Cómo damos con nosotros mismos en un mundo que no para? Paso unos días en la playa con la intención de reencontrarme con mi propia paz y con la belleza del mundo. El azul del mar en sus infinitas tonalidades, el sol brillante, el dulzor de un melocotón jugoso. Juego con la idea de idealizar una vida que he dejado abandonada mientras trato de ignorar los casi cuarenta grados que marca el termómetro y la humedad que me deja el cuerpo pegajoso, los restos de arena que encuentro en mi bolso, en mi bañador, en mis sábanas. Como si el verano fuese un paréntesis, el tupido velo que corres cuando tu alma te pide a gritos un descanso, la película en pausa mientras vas corriendo al baño. A veces, me descubro sonriendo y eso, aunque no me haga encontrar la paz, sí me acerca un poco al camino. Si hubiese sido por mí —más bien por la persona que últimamente trata de llevar los mandos de mi conciencia— no habría salido de mi madriguera, de no ser porque en a...
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