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Mostrando entradas de octubre, 2014

Esto no es una historia de amor

Sentí el susurro de sus labios en mi oído, como pude sentir su aliento caliente, que provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran. - Permite que te diga que estas preciosa esta tarde - me había dicho, con esa voz susurrada pero grave, intensa. Di un respingo al escucharlo. No lo esperaba tan pronto. Se quedó detrás de mí, su cara aún pegada a mi oreja, respirando el perfume del agua de colonia que me había puesto antes de salir de casa. Me di la vuelta para encontrar su rostro a apenas cinco centímetros del mío, con esos ojos mirándome intensamente, como si en cualquier momento pudiera esfumarme. Puede que tan solo pasaran segundos, quién sabe. Lo único que puedo decir es que fueron unos segundos largos e incómodos. Me aparté nerviosa y emprendí el camino con la cabeza gacha, a sabiendas de que él me pisaba los talones. Caminamos así durante minutos, hasta que un semáforo en rojo me hizo parar, provocando que él se colocase a mi lado. Buscó mi mirada. Yo la evité. Sab...

Iguales y distintos

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El mundo sería muy aburrido si todos fuéramos iguales. Bonito, ¿verdad? Los huevos, la fruta, las hojas, las flores... qué bellas creaciones. Y qué riqueza. Cuántos tipos diferentes de estas cosas podemos encontrar. La naturaleza puede ser tan creativa, tan juguetona, tan sabia... Es una preciosidad. Os contaré una historia. Un día, alguien tuvo la macabra idea de clasificar a la raza humana. De crear diferencias, marcadas por nuestra piel. Por la piel (menudo disparate). La gente morena, por una parte. La gente pálida, por otra. La gente con piel rosada, la gente de piel cetrina... Y también por los rasgos: ojos rasgados, narices grandes, cabellos casi blancos de tan rubios... Y tuvo también la descabellada idea de llamarlo razas.  Toma ya. Después, alguien qué se creyó más listo aún, decidió que unos mandarían más que otros, que la vida de unos valdría más que la de otros y que las ideas de unos eran mejores que las de los otros; de ...

El color de la bohemia

Aquella noche llovió como no había llovido en meses. Miraba por la ventana como hipnotizado, esa danza de gotas cayendo en picado y formando innumerables ondas en los charcos de las aceras. El aguacero caía con furia y el repiqueteo en el cristal se le antojaba relajante. Sonreía. Se alejó de la ventana dejando caer la cortina, que la cubrió sin amortiguar el ruido de lluvia, y se acercó a la mesa donde descansaba su máquina de escribir. Era su tesoro más preciado. Eso, y una pluma que le regaló su padre cuando apenas era un niño, dos días después de que le confesara que quería ser escritor, habiéndose dado cuenta de que su hijo podía plasmar palabras sobre el papel con la facilidad de un escritor aventajado. La máquina la adquirió en una tiendecita que había encontrado doce años atrás en el barrio de Montmartre de París, tras mucho ahorrar. La vio por primera vez un martes, cuando salía de la pequeña y destartalada buhardilla que había alquilado a un precio exagerado para el esta...