A las once y media.
Eran las once en punto. El oleaje mojaba la arena y las rocas, dejando una estela de espuma blanca tras de sí. El cielo estaba oscuro, y en su negrura brillaban las estrellas, que dibujaban constelaciones y titilaban a su antojo. Se sentó a esperar en las rocas que sobresalían de la playa. Eran las once y cinco, aún tenía veinticinco minutos por delante para pensar bien qué iba a decirle y cómo lo haría. Echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y tomó una bocanada de aire, sintiendo la humedad entrar por su nariz y recorrer el camino hasta los pulmones, el fuerte aroma a salitre impregnándose en sus fosas nasales. El vaivén de las olas le relajaba. Mantuvo sus ojos cerrados todo el tiempo. De vez en cuando, la intensa luz del faro, que iba girando, atravesaba sus párpados y le hacía cerrar los ojos con más fuerza, arrugándolos. Todo era brisa, humedad y sal. Olor a mar. Eran las once y cuarto. Faltaban tan solo quince minutos. A las once y media llegaría y entonces habría ll...